Del día a la noche, a Novak Djokovic se le fundieron los plomos en solo veinticuatro horas. Si el día anterior había firmado un arranque brillante contra el efervescente Yannik Sinner, este jueves se dio un trompazo en los octavos de Montecarlo frente al británico Daniel Evans, que hasta el cruce con Nole solo había ganado cuatro partidos sobre tierra batida en toda su carrera y derribó contra todo pronóstico al número uno por 6-4 y 7-5, en 2 h, 06 m. Cortó, pues, la secuencia victoriosa del serbio desde el inicio de la temporada. Tras encadenar diez triunfos consecutivos desde la apertura del curso, Djokovic ya sabe qué es perder en 2021.
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Hacía mucho, muchísimo tiempo que el de Belgrado no abandonaba una pista tan desdibujado. No ya solo por el tropezón, sino por la sorprendente ristra de errores que dejó ante el británico. Nada más y nada menos que 45, en un duelo a dos sets. Difícil de creer. Es decir, prácticamente la mitad de los puntos que obtuvo Evans (30 años, 33º de la ATP) procedieron de los fallos de su rival, cegado y errático desde el principio del partido; incapaz, además, de aprovechar al menos las ocasiones en las que su adversario le abrió la puerta para reengancharse al pulso en la central del Principado.
Todo fue extraño. Antes de comenzar, la jueza de silla ya le había amonestado a Evans por su demora a la hora de saltar a la arena, y este canalizó el mosqueo en la dirección adecuada para aprovechar el destemple de Nole y abrir con un break. A partir de ahí, poca precisión por parte de ambos y especialmente del serbio, cada vez más desentonado, con una gestualidad negativa todo el rato y que desperdició una bola de set en la segunda manga para equilibrar; tres de diez, reflejó la estadística final. Perdido ese tren, Evans no perdonó. En el ventoso jueves de Montecarlo, el rey de circuito dijo abruptamente adiós. De repente, se le hizo de noche.
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